lunes, 9 de abril de 2012

Extrañas son las parejas

  Extrañas son las parejas, interesadas alianzas concurren, alianzas para mitigar la soledad, el desamparo, la callada desolación, el endurecido espíritu; alianzas para despertar la ilusión, para protegerse, para rebozarse en el sueño, para revivir, para resucitar.
  Una mujer atractiva a pesar de su deterioro no dura mucho sola y un hombre mayor que él se le une, la acompaña, la lleva y la atrae, le compra cosas, la obsequia con artículos de necesidad o de puro adorno. La mujer parece resucitar, recuperar la dignidad, momentáneamente la belleza. ¿O se aprovecha del cuelo de él? Le ha dejado las cosas claras: no se enrollarán; él obedece, la respeta; aunque lo desearía.
  - ¿De quiénes son esos donuts guardados en el frigorífico?
  - Míos -contesta Gómez -. Es lo más duro que puedo mascar con mi único diente.
  Muestra un orgulloso, imponente y negruzco colmillo lateral, solitario en medio de la boca desierta.
  De paso es de reseñar la nariz: ancha, plana, sin hueso; la aplasta con la mano para ilustrarnos:
 - Dejé que me la partieran en la primera pelea. Lo prefería a operarme.
  También son de reseñar las cejas y la frente: prietas, duras como piel de cocodrilo.
 Nos gusta llamarlo Gómez, su segundo apellido, porque así le nombraban cuando antaño peleaba. Llegó a ser campeón de Andalucía del peso pluma.
  - Qué afición había entonces...
  Hoy no hay ninguna. Quieren reponer la plaza de toros, una plaza multiusos, pero entre estos usos duda que se contase el boxeo.
  La boca se le hace agua al rememorar aquellos nombres en boga, cuyos éxitos seguían por la radio: Carlos Durán, Sugar Ray Robinson , Henry Cooper, Pablo Carrasco ...
  Época dorada de su vida, recuerdos felices de un ayer que a duras penas perduran hoy.
  Mercedes Jambrino no parece compartir su entusiasmo. Hace una mueca evasiva y desdeñosa cuando engarza con sus andanzas de borrachín después de su ocaso pugilístico. La proyección de un derechazo imaginario y las contundentes puñadas que lanzaba al primer osado que le retase. Hasta este momento había reído sus parodias de borrachín, en especial cuando la agarró por el abogado que le consiguió el divorcio sin tener que desembolsar ninguna manutención a los hijos.
  Y es que Mercedes Jambrino ha sostenido una particular relación con la violencia..., para su desgracia.
  Hay un poema sobre la mujer maltratada que inesperadamente llega a sus manos, lo lee en voz alta y monocorde, sin errores, se siente identificada:
  - Como si lo hubiera escrito yo.
  En el poema la mujer perdona una y mil veces al marido a pesar de las palizas, lo justifica, lo disculpa. Después de todo se arrepiente y le agasaja. La última vez con un precioso ramo de flores: cuando ya es cadáver, tras la última paliza; en su funeral.
  - Poco faltó para que me enviara un ramo de flores al otro barrio. Perdí el conocimiento más de una vez.
  Quizás eso explique el aspecto de belleza castigada, malherida, siniestra, afeada. El rostro presenta leves huellas de pretéritas tumefacciones; el resto del cuerpo, secuelas invisibles.
  Las peleas podían darse en público, sin que nadie interviniera. En la última fueron detenidos los dos por la policía. Era cuando comenzó a rebelarse, a no tolerar un guantazo más.
  - Me soltaron a los dos días con un escrito reconociendo el error policial. Hijos de puta.
  Ha iniciado una carrera por despachos de abogados y centros sanitarios, gracias a lo cual le han caído, de momento, dos años de condena.
  - No es suficiente. No me detendré hasta que no lleguen a quince. ¿Y si sale antes y me pasa como a aquella de Canarias?
  Para ello recupera partes médicos que él quemó, acudiendo a quienes se los expidieron. Así dará cuenta al juez del desvío de la columna, del desplazamiento de la mandíbula superior, etc.
  - Me conocen todos los médicos del Puerto de Santa María.
  Los agasajos de Gómez parecen haber ayudado a restituir cierta confianza en los hombres, pero no toda:
  - Si hay un próximo, me aseguraré no sólo de que no pegue, sino además que esté bien del coco.
  Vamos; que no repararía en pedirle un informe psicológico.
  Gómez deja escapar de vez en cuando su enamoramiento, como si no pudiera evitar que rebosaran las indirectas a pesar de lo pactado. Esto desemboca en algún que otro malestar y contrariedad.
  Mercedes decide apearse de una barandilla en la que probaba a acoplarse:
  - No vaya a perder el equilibrio y a caer.
  - Antes de eso, te cojo en brazos.
  - Más quisieras tú...
  Gómez se molesta por esta contestación. Piensa que mancilla el respeto que le está mostrando estos días, desde que se juntaron, recuerda que es un hombre educado, que si tal y si cual. Ha comprobado que su actitud entre paternalista y benefactora no irá más allá, y que sus piropos y galanteos son mal recibidos, esto es, con resentimiento y desconfianza hacia el sexo masculino, pues los corta seca y bruscamente antes que prosperen.
  Esta asociación se extinguirá en semanas o, a lo sumo, meses. Un buen día dejará de vérseles juntos por comedores y centros. Antes de que él logre el proyecto que barajaba: alquilarse un pisito juntos..., ella encontrará acomodo en otra parte, con una amiga..., o amigo...
  Los agasajos se agotan, de lo necesario: unos zapatos, un reloj, ropa interior..., se pasa a lo espurio y, sin embargo, no del todo inútil para la autoestima, para gustarse una misma: una pulsera, un collar, unas gafas de sol...
  Los lugares donde Gómez es conocido y recibido amistosamente, los almacenes donde ponen unos exquisitos bocadillos de jamón, las tiendas de moda de una conocida que podía darle a ella trabajo..., acaban por notar su ausencia.
  Ella ha recuperado, más que la dignidad, su carácter beligerante: no duda en exigir hojas de reclamaciones o demandar la presencia de la policía allá donde observa una discriminación, negligencia o similar. En los comedores, porque se lava la vajilla a mano, no acabando con los potenciales gérmenes de tanto transeúnte que puso allí su boca y sus dedos, como sí haría un lavavajillas, rociado con agua alta temperatura; cuenta que uno contrajo una hepatitis por esta negligencia. En los centros porque no tiene todo el acceso deseable a sus pertenencias guardadas en consigna. En los hospitales porque... En las administraciones porque...
  La denuncia a su ex marido se ha extendido a las pequeñas negligencias que le rodean. Gómez acabará por claudicar ante esta reivindicación constante. No prestará sus dotes pugilísticas a respaldar sus protestas. Su sueño de caricias, cariño... se torcerá.
  La beligerancia de ella planeará sobre él, amargándolo hasta que se revuelva, eso sí, sin violencia, porque es un caballero.
  - Entonces era yo un alcohólico...- desliza Gómez en medio de un relato, con deje orgulloso por aquel período caótico, divertido y crápula.
  - ¿Cómo es que bebes entonces cerveza? - cambia el tema de conversación Mercedes.
  - No me hace efecto. Yo controlo.
  - Dudo que fueras alcohólico alguna vez. No podrías probar una gota sin caer de nuevo. Es como un virus latente que resucita si le alimentas.
  Gómez se siente contrariado. Olvida el anterior tema de conversación. Ella insiste en el alcance del alcoholismo. Sabe de esto: el ex marido se desbocaba mucho más cuando bebía.

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