viernes, 20 de abril de 2012

Milagros e Hijo


  Vestido fino, floreado, la mirada incisiva, mirando de abajo arriba, la anchura de la edad, los muslos gruesos, calor veraniego, pelo largo y cano, recogido.
-Mi hijo está metido en la droga. Así que, yo sé qué es eso.
 La voz ligeramente ronca, en una pequeña bolsa de plástico los restos del pollo de la cena de ayer, para el gato que habita solo la casa incendiada.
  -Pobrecito.
  El Diario la Voz hacía la reseña: “El incendio de un piso causa escenas de pánico en Loreto.”
  Está destrozado, no pueden habitarlo, los lengüetazos de las llamas perduran en las paredes, se salta el precinto policial. Miau; el gato busca.
  Ricardo, el hijo, problemas de bebida, de droga, sopor sudoroso e inquieto que a la noche le impide conciliar el sueño, revolverse en la cama, levantarse, andar aturdido arriba y abajo, meter la cabeza bajo el grifo, hablar solo:
  -Como yo los coja, se enteran. A punto de matarnos.
  Ella excusa al hijo, es madre, aunque le lee la cartilla a ratos, está como ido, de la droga, le toma solo dos-tres cigarros, para más, rebusca en las papeleras y el suelo y con los restos lía un papel.
  Los bomberos ordenaron a los vecinos de los pisos altos que no desalojasen el edificio hasta que no redujeran las llamas y ventilasen el interior.
  -Les debe dinero… -Milagros achica la voz, caracolea con la mano para dar énfasis inquietante-, a los camellos esos. Y como no les paga, nos echaron loctite en la cerradura. Al no poder cerrar, entraron de noche y pegaron fuego. Menos mal que estábamos fuera.
  Los bomberos entraron con mascarillas y desalojaron a 5 personas. Luego acabaron por extinguir las llamas y ventilar el hueco de la escalera.
  Milagros y Ricardo no estaban en aquellos momentos, el gato sí, que no sufrió, eran las 1:30 h. Ella no conciliaba el sueño y salió al fresco, Ricardo estaría en un bar.
  La policía científica inspeccionó el piso a la mañana siguiente y los técnicos de urbanismo ordenaron que no se habitara.
  -No llevo yo pasao na con mi hijo. ¿Y qué le hago?
  Por la mañana le advertí, ya sobrio, que no viniera bebido, que se jugaba dormir en la calle.
  -Sí –dice Milagros-. Yo hablaré con él en serio.

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