En la plaza Macías Rete hace señas a la
pareja, a Cañas y a Clotilde. Está cansado, harto, no por él, que le respetan,
sino por Carrasco, al que amenazan, acosan… por lo bajo, subrepticiamente (que
si le cortan el cuello por chivato, que si…). Siempre sobre el débil se abaten
las alimañas.
- ¿Tú estuviste en el Puerto, verdad?
- Sí –asiente Cañas.
- A que oíste hablar de…
Cañas asiente.
- Pues ese soy yo…
Toda
la fortaleza de Cañas, la musculatura (de fitness, de body factory…) de pesas,
de cuerpo proporcionado, de revista de músculos bruñidos y parafinados, de
venas marcadas, de tríceps y cuadriceps satinados, de posturitas que a Clotilde
enseña en las fotos del móvil (¡qué bueno y qué fuerte está mi novio!), todo
cuadratura, tablatura de pino o caoba… deviene flaccidez, apostura, morbidez de
carne desinflada.
Clotilde lo mira perpleja (¿para tanto es?).
- ¡Qué pensabas! ¿Qué iba a ser un tipo alto,
fortachón…? Pues aquí me tienes, aquel soy yo, ya lo sabes.
Clotilde piensa: ¿es que mi novio no iba a
poder con él? Cañas piensa (contestando al gesto de ella): deja, deja…, que
este es peligroso.
Para ser exactos, preso de alto riesgo, de
los aislados, de los de paseo de una hora al día por el patio, a solas, el
resto pensando en las musarañas de cara a las paredes de la celda (o al techo,
o al suelo).
La cabeza ahuevada, la frente alta, la nariz
ladeada, el bigote fino, el habla escurridiza, la complexión normal, con algo
de barriga. Los ojos miran con fijeza, sin que resulten incómodos, aunque sí
algo inquietantes por las amenazas de que se acompañan.
- Vale ya de amenaza al Carrasco por lo bajo.
Sobre todo tú –señala a Clotilde, la de las risas amañadas a las asistentas
sociales-. Os las veréis conmigo a la próxima… ¿Queréis que os corte el cuello
con un carné de identidad? Pues, cuidadito.
El Carrasco es un viejo algo metomentodo,
impertinente, incordio. Usa maneras anticuadas, en el sentido de exageradamente
corteses, por lo que resultan artificiales, sobre todo a este nivel de
relaciones (¿sin techos?, ¿transeúntes?, ¿marginados sin hogar?). Mantiene las
fórmulas cívicas del franquismo, con su rastro sombrío de hipocresía, que en
él, en Carrasco, se expresa con críticas ofuscadas y apabullantes, a quienes
descuidan ciertas reglas elementales (y sucintas) de convivencia.
Bienvenido lo encasilla en los rastreros, los
soplones de entonces, los escudados en aquella teatral impostura, no
descuidando el chivatazo sobre quien se saliera de la senda recta. Es, por
tanto, extraño que se haya constituido en su protector. Se explica por dos
razones: una, conocidos comunes de la cárcel, aunque Carrasco saliera hace
20-30 años, y desde entonces sea un desahuciado; dos, la antipatía que le causa
la pareja, al cebarse con él. Así que, viéndolo una vez profundamente alterado,
fuera de sí, le dijo: “Descuida, en adelante, tú siempre conmigo, y ya veremos
si te ponen la mano encima”.
- Ahora mismo si queréis os pongo a caldo.
¿Veis todas esas herramientas y escombros de obra? –señalaba, en efecto, al
pavimento levantado, mostrando las señas y artilugios propios de una obra -.
Pues fijaos si hay armas para abriros la crisma. Y a ti, con todo lo musculitos
que eres, después de freírte a palos te cuelgo de la reja aquella, a secar como
un pimiento.
La imaginería de Bienvenido en las amenazas
no tiene desperdicio.
En el comedor María Arteaga, donde se
concentra toda la calaña desviada de la recta senda, en medio del pasillo,
detuvo a un grandullón.
Ya venía difamando por la espalda, de la
forma rastrera, cobarde y caprichosa, como es usual en estos medios.
Al final, Bienvenido se hartó:
- ¿Tú tienes algún problema conmigo? ¿Me
conoces de algo? A ver, empieza. Di. Qué sabes de mí. Todo eso que largas a mis
espaldas.
La pausa es de lo más inquietante, solo los
muy avezados son capaces de sostener un silencio tan prolongado, apuntillado
con decenas de miradas que no piensan intervenir, pero sí prestar oídos.
El
grandullón y lenguaraz se cohíbe.
- Vale.
De mí no sabes nada. Pues yo a ti sí te conozco. Eres el maricón aquél que en
Santander consiguió reducción de pena por chivato y… -al poco llega la
imaginería -: Como sueltes alguna sandez más de mí, no habrá lámpara lo suficientemente
alta donde yo no pueda colgarte del cuello.
Todos escucharon aquella amenaza, a pesar del
habla corrida. También Cañas y Clotilde, que vieron cómo aquellos ojos
adquirieron un brillo y furor inauditos.
- Porque os mato, y me quedo tan pancho. Para
los restos no tendré que preocuparme del techo y la comida.
Cañas ha participado en atracos a mano
armada, en esconder y trasportar fardos de droga, en… Cosas risibles para
Bienvenido: “Los drogatas son los enfermos más caros para la sociedad”.
En su época esto eran naderías. Y como las
hazañas no escritas de las cárceles las perpetúan los mismos presos para
recordar por qué código se rigen… Quede constancia. ¿A que oísteis hablar de…?
Pues ése es él. Bienvenido.
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