lunes, 9 de abril de 2012

- La pobre gente


  - La pobre gente -dice con acento argentino - hace un esfuerzo ímprobo por colaborar, se rasca la cartera, remira en los bolsillos, pero no tiene, y solo deposita algunos céntimos o nada. Es la crisis, qué le va a hacer, es imposible exigirle más, por eso a mí me va tan mal.
  El rostro suave, fino, delicado y tenue como una gasa, con una coloración o rubor permanente que es parte natural y parte resto de la coloración de la pintura; alguna brillantina hay por la mejilla que destella según el ángulo y en el perímetro del rostro, enmarcándolo, un poso de maquillaje blanco, después que se lo haya lavado concienzudamente.
  No duda de la bondad humana, de su solidaridad y consideración para con el gremio de artistas callejeros que trata de ganarse honradamente la vida, lo que ocurre es que... la crisis... pobrecillos, no tienen ni para colaborar... lo que indudablemente desearían, porque comprenden el esfuerzo que supone diez horas haciendo la estatua subida en una banqueta, la menina de Velázquez, la más alta y guapa, que confunden con una reina... Solo siete euros... En época boyante, en Madrid, en la Puerta del Sol, al cabo de cuatro horas ya acaudalaba veinte euros, y claro, le daba para los trescientos del alquiler, que no es mucho, a medias con una compañera, y para la cuota de la asociación, y los impuestos que a través de ella ha de gravar, lo que cuesta menos que cuando eran autónomos, entrando en el mismo régimen que los toreros, y les salvaguardaba de la competencia desleal de quienes se han incorporado a esta tarea por necesidad, no por verdadera vocación artística... Decidieron asociarse, facturar a través de una asociación registrada sin ánimo de lucro, ofertar a los ayuntamientos proyectos de amenización de las calles con arreglo a alguna conmemoración local, unos los rechazaron para luego plagiarlos con sus teatrillos funcionariales, otros como el de Badajoz lo contrataron para luego no pagar... y por eso deben a Hacienda el diecinueve por ciento de tres mil invisibles euros, y la consiguiente multa, y los alquileres... De ahí la diáspora; de la capital han irradiado hacia otras ciudades los apenas diez miembros de la asociación (igual la tienen que clausurar... con lo que costó montarla...), en un último y atrevido esfuerzo por remontar su particular crisis...
  La gente es de natural bondadosa, si no colabora es porque ella misma sufre la crisis y por más que rasque en los bolsillos no halla. Por descontado imagina el esfuerzo que hay detrás, los puestos de trabajo no es solo cosa que los gobiernos generen, comprende que esta iniciativa es una fórmula y que está en su haber que cuaje, lo que ocurre es que no tieneeen (alarga la sílaba final, el fonema "e", abriendo los ojos y mostrando cara de perplejidad). Los abuelitos remiran en la cartera, y nada, el dedo artrítico perfora inútilmente; encima un niño colisionó sin querer contra ella, que cayó y quebró la banqueta, ahora tendrá que comprar otra en un bazar; al menos hubo quien le invitó a café: una señora muy amable, dijo no tener suelto, y con lo agarrado la llevó a un bar, lo que alivió los calambres en las piernas, el aterimiento y la humedad; a quien puso un tetra brick de vino lo espantó, quizás también pensara que le sirviera para contrarrestar el frío y entumecimiento por la inmovilidad; pero no, no beben, ninguno de la asociación, va en contra de su oficio.
  Es hija de un español emigrante, nació en Buenos Aires, de los dos a los cuatro años vivió en Madrid, estudió en un colegio que visitó ahora de mayor, está igual que lo recuerda, luego vuelta a la Argentina. La doble nacionalidad le ahorra permisos de residencia.
  De un golpe se quebró medio diente, se aprecia la hendidura en la paleta, es corpulenta, ancha, cubierta de un mono oscuro como insertado de retales, de escamas, calza botines de agua o charolados, el rostro diáfano y aniñado, el pelo abundante, espeso, recogido y desarreglado en hebras rebeldes, el habla melosa, aguda, musical, exquisita. Tira de un carro con una gigante bolsa de tela plástica donde lleva el atrezzo, destaca una caja de herramientas que contiene un juego caro de colores para el maquillaje, no solo propio, sino del ajeno que quiera prestarse, cuando se pone a esta labor. Pide la voluntad, no puede estipular precios si no la policía la retira de la vía. En carnavales, si es que logra permanecer en Cádiz bajo techo, o si no dormirá en la Caleta, alternará entre la estatua y el maquillaje. Luce un cartel sobre el carro que dice por favor no roben, nada contiene de valor salvo vestuario y colorines para su desempeño artístico. Ha probado en la calle Ancha, y se retiró pronto; en el edificio de Correos, compitiendo con la estatua de Lucio Balbo el Menor; en la playa Victoria, no lejos del escultor de arena. La suerte ha sido desigual, pero siempre parca.

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