jueves, 12 de abril de 2012

Dione en Cadjin


Lo veo sonreír
al visitarlo en Cadjin.
Transcurrido un año en el Centro,
baja unas escaleras nuevas
a unas horas intempestivas
de estar en la cama
(¡cuándo tú habías imaginado estar
entre sábanas a estas horas!)

La figura esbelta, musculosa.
La sonrisa melancólica, amplia.
Exhibe una nueva doble hilera de
dientes, radiante y marfileña,
y se frota las napias ingentes,
y me estrecha la palma ahumada,
cuando le anuncio (el coordinador
de juventud delante) que ya tiene
su prueba futbolística.

Le explico los detalles,
sondeo su ser dispuesto. Ni lesiones
ni resfríos
lograrán detenerlo.
Así que, concretamos
telefoneando al director deportivo.

Necesitará botas de fútbol, botas de
tacos. Seguro que la asistenta se las compra,
no me preocupe.
El coordinador y el psicólogo vendrán
al volante de sus sueños.

Vi al equipo entrenar, le digo, y yo,
que no entiendo, los supe de menor
talento que el suyo. Y él, de sobrada jactancia en
el tema, asegura: “¡Descuida! Meteré muchos
goles!”

Siento una tenue congoja en el pecho,
bajo mi máscara afable y cómplice. El sentimiento lejano
de un padre. El padre que no soy. El padre
de un negro de veinte tacos.

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